Desde planificación operativa hasta relaciones con proveedores, las compañías enfrentan el desafío de reestructurar sus cadenas de suministro ante un mundo más caro y volátil.
En una jugada que redefine por completo las reglas del comercio global, la administración Trump ha puesto en marcha una serie de aranceles que impactarán a más de 60 países y virtualmente todos los sectores económicos.
A partir del 5 de abril, un “arancel base mínimo” del 10% comenzó a aplicarse, seguido por tasas de hasta el 50% para ciertos países, como Lesoto, bajo el nuevo esquema de “aranceles comerciales recíprocos”.
Según un análisis del Centro de Geopolítica de BCG, esta medida no solo eleva drásticamente los costos para empresas y consumidores estadounidenses, sino que también inaugura una nueva era de incertidumbre e imprevisibilidad en las relaciones económicas internacionales. El impacto será profundo, inmediato y duradero, extendiéndose mucho más allá de los sectores industriales tradicionales.
Un cambio sistémico
Hasta hace unas semanas, la política arancelaria de EE. UU. estaba concentrada en unos pocos socios y productos estratégicos. Hoy, ha dado un giro hacia un modelo expansivo que abandona, en la práctica, el principio de “nación más favorecida” (MFN) que ha regido el comercio internacional desde la creación del GATT en 1947.
El efecto dominó será inevitable: represalias, renegociaciones bilaterales, reconfiguración de alianzas y distorsiones en las cadenas de suministro globales.
China, por ejemplo, verá incrementado su total de aranceles hasta 54% y hasta 74%, si se suman penalidades relacionadas con el comercio de petróleo venezolano. Europa ya ha establecido una ventana de cuatro semanas para responder. Canadá y México, aunque exentos de esta ronda, continúan sujetos a otras restricciones previas.
La implementación rápida y el alcance global de estos aranceles están obligando a las empresas a revisar de forma urgente sus estrategias de producción, abastecimiento y distribución.
Ya no basta con tener un “plan B”. Ahora se requiere una arquitectura de resiliencia profunda, capaz de soportar múltiples escenarios de estrés simultáneo.
“Este es un punto de inflexión”, señalan los expertos del BCG. “Las empresas deben dejar de ver los aranceles como eventos excepcionales y empezar a integrarlos como variables permanentes en sus modelos operativos”. En la práctica, esto significa diseñar cadenas de suministro modulares, establecer capacidades de producción redundantes y fortalecer los sistemas de inteligencia geopolítica interna.
Esta disrupción puede abrir oportunidades estratégicas para países que se adapten con rapidez. Corea del Sur, Japón y China ya estudian alianzas comerciales conjuntas.
México y Canadá, con acceso preferencial al mercado estadounidense, podrían atraer inversiones manufactureras desplazadas de otras regiones.
También se vislumbra un posible auge en la relocalización industrial dentro de EE. UU., aunque con importantes interrogantes: ¿será competitivo fabricar localmente en un entorno de materias primas más caras y costos laborales superiores? ¿Qué papel jugarán la automatización y la robótica en ese escenario?
El futuro del comercio, en juego
La globalización tal como la conocíamos está siendo desmantelada en tiempo real. En su lugar, emerge un sistema comercial fragmentado, menos predecible y profundamente condicionado por factores geopolíticos. En este nuevo paradigma, cada acuerdo comercial será una negociación estratégica donde el comercio será solo una de las cartas sobre la mesa, junto con la defensa, la migración o la cooperación tecnológica.
Las empresas que sobrevivan y prosperen, en este entorno, no serán necesariamente las más grandes, sino las más ágiles, informadas y dispuestas a desafiar sus propios supuestos.
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